23/6/09

Ni el frio que asalta tan duramente durante la ingesta nocturna de café hace que se arme en mi ansiedad suficiente como para poder desentenderme de lo vago, de lo fútíl, de mi.
De pronto se asoma: lo que esta ahí y se presenta siempre sin que sea notado se hace notar; lo que veo siempre sin ver se hace sentir, me reclama su lugar distinto.
Pero ya no está, se ha olvidado, como cualquier grandiosa idea que arremete en un viaje en micro, lista para no escribirse ni ser contada, para ser olvidada apenas levante la vista.
Y es que en el momento nos damos cuenta de la grandiosa y primordial importancia de las cosas que jamás recordamos, de las cosas que han sido sólo sentidas en la intimidad finita y pasajera de la corta memoria y que solo nos deberemos conformar con el sentimiento vacio de ya no tenerlas ahí.
Aqui la importancia de lo no presente, el sentido de lo sentido olvidado; la intrascendencia en la arquitectura de lo cotidiano, en la seriedad de los rostros, en el fervor de la negligente inteligencia.

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