30/6/09

“Baja las escaleras como cualquier día (inconciente por el sueño matinal) en donde se levanta por que el deber de lo que no sabe se lo impone. Yerto abre la puerta del baño, cepilla sus dientes y ve su imagen en el espejo, aún ningún pensamiento claro ha pasado por su cabeza. Aún ningún pensamiento fuera de lo común lo asalta como para ponerle de manifiesto que hoy es distinto de ayer. A veces casi, si que apenas casi, logra entumecerse con la idea de que las cosas que hace (comer, leer, dormir) podrían estar siendo mal llevadas a cabo; o al menos si no mal, si con la falsa ilusión de que suponen alguna teleología. Pero dura muy poco, él hace las cosas bien, es el orgulloso primogénito de una familia en donde el cultivo de los valores ha sido uno de los pilares fundamentales de la estrecha relación entre los miembros de la familia. A pesar de que no es conciente de eso; puesto que supone la liberación del acto en el, la encarnación de la voluntad individual; o al menos, si no la supone, actúa como convencido de esta, sí, convencido de esta, puesto que en aquellos momentos de luz también el siente que la finitud de sus huellas es la intrascendencia de todo lo vivo, lo prescindible de la materia: de lo único que tenemos a mano. Pero nada de eso importa al tener que tomar locomoción a la casa de estudios, para orgullo de él, en el camino puede ver en la gente como esta actúa, sin imaginarse siquiera, lo insignificante de sus vidas, a pesar de que el tampoco se de cuenta de esto para con su propia vida o actúe con la misma ignorancia que ellos; ahí va, distinto, inmortal; forjador de su propio destino, iluso conciente. Llega al lugar en donde la soberbia, la arrogancia, la habladuría, la verborrea, la elocuencia, la violencia, y el escupitajo son premiados por igual. Ahí es su lugar, donde puede, gracias a sus facultades sociales ser apreciado por los que lo rodean, él se siente cómodo al sentirse admirado, seguido. Necesita (como todos) que reafirmen su posición, ya que de lo contrario esos pequeños momentos en donde la inseguridad y la angustia se presentan se harian mas comunes; nadie quiere eso. Resulta, se siente elocuente, tiene la razón de su parte; aunque esto no se lo confiese a si mismo tan honestamente, puesto que no quiere parecer ningún charlatán hipócrita para consigo mismo, aunque él en el fondo si sabe, y si no lo sabe lo siente, aunque no se le haga conciente. Al fin y al cabo, lo que hace lo hace bien, es lo correcto. Así se pasa los días, el sentido se le presenta como por casualidad, el sentido está en todo lo que hace desde que él lo ha decidido hacer. Al final de la jornada volverá a subir esas escaleras, a meterse en la cama con la sensación de que lo hace bien. Con la inconciencia de su conciente inteligencia.
Dormirá con una sonrisa esta noche, apenas si sueña un malestar, él lo hace bien.”

23/6/09

Ni el frio que asalta tan duramente durante la ingesta nocturna de café hace que se arme en mi ansiedad suficiente como para poder desentenderme de lo vago, de lo fútíl, de mi.
De pronto se asoma: lo que esta ahí y se presenta siempre sin que sea notado se hace notar; lo que veo siempre sin ver se hace sentir, me reclama su lugar distinto.
Pero ya no está, se ha olvidado, como cualquier grandiosa idea que arremete en un viaje en micro, lista para no escribirse ni ser contada, para ser olvidada apenas levante la vista.
Y es que en el momento nos damos cuenta de la grandiosa y primordial importancia de las cosas que jamás recordamos, de las cosas que han sido sólo sentidas en la intimidad finita y pasajera de la corta memoria y que solo nos deberemos conformar con el sentimiento vacio de ya no tenerlas ahí.
Aqui la importancia de lo no presente, el sentido de lo sentido olvidado; la intrascendencia en la arquitectura de lo cotidiano, en la seriedad de los rostros, en el fervor de la negligente inteligencia.